México podría ser una potencia económica, dicen los analistas, gracias a la entrada en vigor de las reformas económicas implementadas, que atraen a la inversión extranjera. Pero el salto abismal, de ser una economía emergente a considerarse una superpotencia, se daría para el año 2050, siempre y cuando el Estado mexicano fortalezca sus instituciones.
Aquí es donde damos la media vuelta, vamos a sentarnos a un rincón oscuro y apartado, para llorar nuestra desventura. Bien sabemos que la parte más débil de México, llena de cuarteaduras, son las instituciones. ¿Cómo podría, para el 2050, convertirse en potencia mundial un país con un sistema educativo deficiente, instituciones de salud al borde del colapso, sindicatos corruptos, políticos coludidos con el crimen organizado, direcciones de policía enviciadas, un sistema de Justicia Penal disfuncional, un Congreso indiferente a la situación social y la mitad de su población sumida en la pobreza? Para los candidatos a la presidencia es cuestión de proponer, prometer, ejecutar un par de pases mágicos y, voilá, en México se acabará la corrupción, la miseria y la desigualdad, para devolverle la confianza perdida a las instituciones y llegar a ser la superpotencia anhelada en 32 años. Para los expertos en economía, todo se reduce al bendito Producto Interno Bruto, lo que sea que eso signifique.
Veamos… Según las definiciones macroeconómicas, el Producto Interno Bruto (PIB) es el valor monetario de la suma de todos los bienes y servicios finales que produce un país durante un año, tanto si han sido elaborados por empresas nacionales o extranjeras dentro del territorio nacional. En resumen, dicha herramienta mide el tamaño de la economía de un país. Por ejemplo: el año pasado, la consultora PricewaterhouseCoopers (PwC) dijo en su reporte “El mundo en 2050” que el PIB de México podría alcanzar los 41 mil 900 dólares, La cifra del PIB en el cuarto trimestre de 2019 fue de 285.379 millones de euros, con lo que México se situaba como la economía número 14 en el ranking de PIB trimestral de los 50 países que publicamos y remató diciendo que “México podría ser más grande que Reino Unido y Alemania en 2050”.
Por allá de los años cuarenta, cuando esta maravillosa magnitud macroeconómica empezó a implementarse, la intención era medir la producción de un país, para tener una base visual y, a partir de ésta, orientar la creación de políticas económicas que ayudaran al desarrollo social. Pero el PIB no hace diferencia entre producción de bienes ‘buenos’ y ‘malos’, explica el consultor financiero español, Jorge Segura, y agrega que “los costes de una reconstrucción por un terremoto, inundación, deforestación, pérdida de cosechas se computan igual que los ingresos por exportación de producto.
La valoración de un elemento destructivo y productivo cuenta lo mismo”. Sin embargo, por extraña razón, de pronto empezó a usarse como indicador de bienestar y progreso, distorsionando por completo la realidad. El PIB es cómodo para los políticos y más cuando se usa con fines electorales. ¿Qué pasa con el desarrollo humano, en general? ¿Dónde quedan educación, trabajo, salud, alimentación, vivienda, seguridad social, bienestar material, calidad del medio ambiente, acceso a los servicios básicos y sana convivencia? Son factores que no pueden medirse a través del PIB. México está muy lejos de convertirse en una superpotencia económica.
Sin embargo, si el Gobierno comienza a considerar otros indicadores para poder crear e implementar estrategias que lleven a un estado de bienestar, sí puede elevarse la calidad de vida de la población. Finalizo con una explicación de Segura: como hizo en 2008 el ex presidente Nicolas Sarkozy en Francia, al convocar a una reunión a los economistas Amartya Sen, Joseph Stiglitz y Jean-Paul Fitoussi, para pedirles encontrar indicadores alternativos al PIB, porque “cuando van a votar, los ciudadanos tienen en cuenta su calidad de vida, más allá de la producción del país”.
Por Laura Monzón